Jamás pensé llegar a vivir una experiencia como la que estamos viviendo en este momento, y estoy segura de que como yo, nadie podía imaginarlo. Nos ha tocado vivir un momento que podemos calificar de muchas maneras: único, complicado, duro, difícil, horrible… pero también histórico. El 2020 pasará a la historia como el año del coronavirus, la gran pandemia.
INDICE
Siempre que escribo intento pensar en temas que sean de utilidad para un gran número de personas y que sean de alguna manera “atemporales”, es decir que sirvan hoy, mañana o dentro de 5 años. Sin embargo es imposible no escribir sobre lo que nos está pasando en este momento, porque además es algo que nos afecta a absolutamente a TODOS EN EL MUNDO, como pocas veces ha pasado en la historia.
Dejando de lado el debate sobre cómo ha surgido, dónde o por qué, lo realmente importante es que un virus al que han bautizado como Covid-19 o coronavirus, ha llegado y ha cambiado nuestra vida. Con una rapidez que ni siquiera terminamos de asimilar, hemos pasado de ser personas libres, con nuestros trabajos, nuestras rutinas, nuestras luchas y nuestras alegrías, a ser personas sin libertad de movimiento, confinadas en nuestras casas por nuestro propio bien y el de los demás.
Una enfermedad que afecta a los pulmones y que está siendo especialmente agresiva con las personas mayores, entre las que se cuenta el mayor número de víctimas mortales.
Lo peor, la incertidumbre
Y para agravar la situación, lo peor es la incertidumbre. Nos preguntamos ¿hasta cuándo? ¿Cuándo terminará este mal sueño? ¿Cuándo dejarán de multiplicarse los contagiados y las víctimas que no consiguen superar la enfermedad? ¿Cuándo podremos volver a salir de casa y recuperar nuestras vidas? Pero no hay respuestas…
Sin embargo a mí lo que más me preocupa no es cuándo, sino cómo… ¿Cómo será el mundo que nos encontraremos cuando todo esto termine? porque terminará… pero el mundo que dejamos cuando nos confinamos en la “seguridad” de nuestras casas, no será el mismo que encontraremos al salir. Muchas cosas habrán cambiado.
Un par de días antes de que las autoridades nos prohibieran salir de casa, tuve un sueño. Soñé que estaba en una playa enorme, en una isla y que de pronto veía como una enorme ola se iba formando. Me acompañaba un niño como de unos 8 o 10 años, no sé quién era pero necesitaba protegerlo. En el sueño corríamos hacia las ruinas de alguna construcción antigua, paredes hechas de ladrillos de adobe sin techo y, tras una pared, por el hueco de una ventana, veía como se acercaba la enorme ola. Pero justo en el momento en que la ola iba a alcanzar nuestro refugio, se detenía y se retiraba…
Es curioso como intentamos aferrarnos a cualquier cosa que nos dé esperanza. Llegado el momento de la gran crisis sanitaria provocada por el coronavirus, una parte de mí quiere seguir creyendo que, como en mi sueño, nos salvaremos de este gigantesco tsunami, que en el último momento no nos arrastrará en su camino de destrucción… Pero aunque la gran mayoría saldremos airosos (espero contarme entre ellos), la verdad es que de un modo u otro, resultaremos afectados.
Dicen que esto del confinamiento es la mejor estrategia para atajar el virus y evitar más contagios. No estoy muy segura, porque en Italia no parece estar funcionando. Pero quien lo sabe ahora mismo, quizá con el paso del tiempo, miraremos hacia atrás y lo sabremos, quizá no. Hay quienes ya dicen que será peor el remedio que la enfermedad.
En todo casi dicen que esta reclusión será dura, que pasaremos por diferentes etapas. De tratar de tomárnoslo con sentido del humor, a desesperar, a sumirnos en la tristeza, a la rabia y a la resignación. Por supuesto cada quién vivirá el proceso a su manera, según sus circunstancias y su carácter, pero si hay algo seguro es que nos cambiará y espero que para mejor.
Un momento para valorar lo que de verdad importa
Hace un par de días leí en el periódico el título de un artículo: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Reconozco que no leí el artículo pero no me hizo falta porque sólo su título me dio para bastante reflexión. Sólo ahora que no podemos hacer una “vida normal”, salir a dar un paseo por el parque, comer en un restaurante, ver a nuestras familias y amigos, ir al trabajo, etc., nos vamos dando cuenta que son esas pequeñas cosas sencillas las que más echamos de menos, las que forman la parte fundamental de nuestras vidas y las que nos hacían felices.
Por eso espero que todo esto nos cambie la vida para mejor. Y hay señales alentadoras. La gente se une a una misma hora cada día para demostrar con aplausos que da las gracias a médicos, enfermeras y personal sanitario o no, que está trabajando sin descanso para atender a los enfermos y a todos los que lo necesitan.
Decenas de personas se asoman a sus ventanas o balcones para compartir música, cantar, contar chistes y hasta inventar juegos. Estamos aprendiendo a mirar a nuestro alrededor, a conocer y a reconocer a nuestros vecinos y eso está generando vínculos que hace sólo una semana eran impensables y muchos están demostrando una solidaridad que va más allá incluso de su propia seguridad. El coronavirus nos está poniendo a prueba como raza humana.
Y por el otro lado está la naturaleza, esa naturaleza tan castigada por nuestras acciones, que ahora de pronto está teniendo un respiro. La contaminación en las ciudades ha bajado más de un 50% y sólo ha pasado una semana. Dicen que el agua del famoso Gran Canal de Venecia ha recuperado su tono cristalino y hasta los peces han vuelto, que el cielo de China vuelve a ser azul y que el aire en las grandes ciudades vuelve a ser respirable. Qué rápido se equilibra la naturaleza cuando dejamos de atacarla.
Quizá necesitábamos algo como el coronavirus, algo que nos afectara así a nivel mundial, para sentirnos todos hermanos, todos iguales, todos solidarios. Algo que nos mostrara lo que realmente importa. Nos hemos visto obligados a parar nuestra loca carrera, aunque queramos no podemos trabajar más y más para ganar más y más dinero para comprar más y más cosas.
Los trabajos se han vuelto para la gran mayoría una incertidumbre, de un momento a otro no podemos hacer nada para ganar más dinero, salvo esperar y cruzar los dedos para que esto acabe pronto. De un día para otro tenemos todo el tiempo del mundo a nuestra disposición y ahora no sabemos bien qué hacer con él. De un momento a otro nos vemos obligados a compartir con nuestras familias 24 horas ininterrumpidas, día tras día, y nos toca reconocerlos, a ellos y a nosotros mismos.
En lo que a mí respecta hay una parte de todo esto que me encanta. He vuelto a comunicarme con frecuencia con amigos a los que quiero muchísimo y con los que había perdido el contacto porque el estrés del día a día siempre nos ganaba. Pero ahora todos tenemos tiempo y necesitamos llenarlo y volvemos en busca de aquellos que dejamos olvidados a lo largo del camino y estamos disfrutando de las maravillas del reencuentro.
No sé cuánto tardará en pasar esta situación tan dura y tan extraña, nadie lo sabe. Muchos están perdiendo a sus seres queridos y muchos más perderán sus trabajos, sus empresas, sus planes. Pero quiero creer que conseguiremos reponernos pronto y con un enorme espíritu de solidaridad, más que nunca antes en la historia, porque ahora todos estamos pasando por lo mismo, no importa en qué país vivamos ni si tenemos más dinero ni somos jóvenes o viejos. Esta enfermedad ha llegado para decirnos que sencillamente todos somos humanos y para salir adelante nos necesitamos los unos a los otros.
Pero a pesar de todo, recuerda…
Debemos conservar la sonrisa, aprovechar el tiempo para hacer todo aquello que siempre postergamos, recuperar el contacto con la gente que queremos (todos ahora tenemos tiempo). Llena tus días de música y no pierdas la confianza porque, TODO PASA y esto también pasará!
0 comentarios