Estrés y ansiedad son dos de los males más comunes que nos afectan hoy en día. Vivimos corriendo de un lado para otro, intentando cumplir con obligaciones que aceptamos como irrenunciables y casi damos por hecho que no nos merecemos un respiro. Eso, sumado a los múltiples problemas y desafíos que nos presenta la vida, nos conduce a sentir estrés y ansiedad de manera casi permanente.
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Respuesta natural ante el peligro
Pero vayamos por partes. El estrés no es malo en sí mismo, de hecho se trata de un mecanismo natural de reacción ante posibles amenazas o peligros que nos ha sido muy útil para sobrevivir como especie.
Cuando nos sentimos en peligro, nuestro sistema nervioso reacciona activando una respuesta que nos salve: “luchar o huir”, y para ello liberamos grandes cantidades de sustancias como adrenalina y cortisol, básicas si lo que necesitamos es reaccionar rápidamente. Sentir estrés en situaciones peligrosas, no sólo es bueno sino que puede salvarnos la vida.
Aunque por supuesto, no hace falta que se trate de sobrevivir para que cierta dosis de estrés sea positiva. Enfrentar algún desafío, competir en una carrera, asistir a un evento emocionante, reunirnos con alguien que nos acelera el corazón, son situaciones que nos “estresan” un poquito y eso puede ser estimulante y hasta divertido.
El estrés momentáneo hace que actuemos más rápido y mejor, fortalece los músculos, aumenta nuestra resistencia, agudiza la mente e incluso puede que mejore nuestro sistema inmune.
Pasa lo mismo con la ansiedad, que es una reacción emocional adaptativa. Cuando hay cambios en nuestra vida, como por ejemplo un nuevo trabajo o una nueva residencia, la ansiedad nos mantiene alertas y nos ayuda a adaptarnos más eficientemente.
Los cambios no tienen que ser malos para producir ansiedad, por ejemplo la proximidad de un viaje soñado o el inicio de un nuevo proyecto, nos generan ansiedad . Esa ansiedad es natural y positiva.
Cuando estrés y ansiedad se convierten en negativos
El verdadero problema surge cuando estrés y ansiedad dejan de ser la reacción natural a momentos excepcionales y se convierten en la regla que domina nuestras emociones.
Cuando nos enfrentamos a una situación que genera estrés, nuestro cuerpo reacciona de forma intensa, se acelera el corazón y la respiración, se elevan los niveles de azúcar en la sangre, aumenta la sudoración, los músculos se tensan y las pupilas se dilatan. Estas reacciones fisiológicas tan intensas son buenas cuando se trata de luchar o huir, pero no cuando se prolongan en el tiempo.
Si el estrés no es temporal, el organismo es incapaz de soportar tanta tensión y de recuperar el equilibrio, lo que se traduce en alteraciones físicas y neurológicas. Algunos de los trastornos más frecuentes producidos por el estrés son hipertensión, pérdida de memoria, fatiga, dolores de cabeza, irritabilidad, alteraciones en el sistema inmune, enfermedades de la piel y depresión.
Lamentablemente, cada vez más nos acostumbramos a aceptar el estrés prolongado como parte “inevitable” de nuestra vida. Hablamos del estrés laboral, del estrés emocional, del estrés provocado por problemas económicos o de pareja, pero en ninguno de esos casos se trata de problemas puntuales.
El estrés permanente produce estados agudos de ansiedad, que nos llevan a vivir en constante tensión por situaciones reales o imaginarias. Nos preocupamos por cosas que no han ocurrido y que quizá nunca ocurran. Vemos amenazas por todas partes, sentimos miedo, frustración, ira e incluso podemos llegar a tener ataques de pánico.
Curar las causas y no los síntomas
Si el estrés y la ansiedad se han instalado en tu vida y parecen regirlo todo, si tienes la sensación de que por más que corras no llegas a ninguna parte, si un sentimiento de frustración, vacío, miedo o impotencia se ha apoderado de ti, entonces quizá sea el momento de hacer una reflexión profunda y tratar de encontrar las verdaderas causas que te roban la alegría y las ganas de vivir.
Es posible que al hacer esa reflexión descubras que esa falta de armonía interior se debe a que no eres feliz siendo lo que eres o haciendo lo que haces. Puede que no estés viviendo tu propia vida, o que hayas renunciado a ser tú quien controla las riendas, de lo contrario no te sentirías tan mal.
Está bien tratar de curar los síntomas, pero lo más importante es encontrar la causa principal que te produce estrés y ansiedad. Recuperar la armonía interior sólo es posible cuando dejamos de mentirnos. Cuando tenemos el valor de preguntarnos quienes somos y qué queremos. Qué es aquello que nos llena el corazón y nos hace sentir plenos. Cuando vivimos de acuerdo a nuestra esencia, no hay estrés ni ansiedad posibles.
Si haces un trabajo que no te llena, déjalo. Si tienes una relación que no te hace feliz, termínala. Si vives en un lugar que odias, múdate. Si siempre quisiste hacer algo pero el miedo o el qué dirán te inmoviliza, atrévete. Nada de esto será fácil, eso es seguro, pero ser honesto contigo mismo y actuar en consecuencia es la única forma de ser feliz y de librarte del estrés y la ansiedad permanentes.
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