Aunque la frase célebre de William Shakespeare es Ser o No Ser, con su permiso yo me permito darle una vuelta de tuerca y plantear otro dilema, no muy diferente: “Hacer o No Hacer”, porque creo que ahí está la verdadera cuestión. Y es que al final de cuentas, acaso hay una forma mejor de demostrar quienes somos sino a través de lo que hacemos?
INDICE
El miedo a arriesgarse
¿Hacer o no hacer? esa ha sido en mi vida siempre la gran pregunta. Quizá sea porque durante mi infancia y gran parte de mi juventud me llamó mucho la atención escuchar a los mayores de mi alrededor reflexionando sobre su vida y llegando a la conclusión de que si hubieran hecho tal o cual cosa, sus vidas habrían sido diferentes… y eso siempre con un tono de arrepentimiento.
La conclusión más común solía ser que se arrepentían de no haber tenido el valor de actuar. Porque, seamos sinceros, lo que nos detiene a la hora de decidir si corremos tras nuestros sueños o nos mantenemos en la “zona segura”, no es otra cosa que el miedo. Miedo a arriesgarnos, miedo a perder, miedo a dejar lo conocido por lo incierto, miedo a que nos dejen de querer si nos convertimos en alguien diferente, miedo incluso a morir.
Cuántas cosas no podrían ser diferentes en nuestras vidas si nos hubiéramos decidido a actuar. Porque, como me dijo una amiga hace muy poco: “las pequeñas acciones cambian el rumbo de las cosas”.
Es muy curioso porque no recuerdo haber escuchado a alguien arrepentirse tanto por lo que hizo en su vida como por lo que no hizo.
Cuando ya es demasiado tarde para arrepentirse
Esto me recuerda el maravilloso libro que hace unos años escribió la enfermera Australiana Bronnie Ware: The top five regrets of the dying (Los 5 principales arrepentimientos de las personas que van a morir).
Esta enfermera trabajó por años con pacientes terminales de todas las edades, a los que les quedaban pocos días de vida y tuvo la oportunidad de hablar con ellos y aprender sobre sus reflexiones vitales mientras esperaban que llegara su hora.
Lo que más le sorprendió a Bronnie Ware fue que la gente, a pesar de sus diferencias aparentes, se arrepentía en general de lo mismo:
- De no haber tenido el coraje de hacer lo que realmente querían hacer (de seguir sus sueños)
- De haber trabajado tanto (en lugar de haber pasado más tiempo con sus seres queridos)
- De no haber sido lo suficientemente valientes para expresar sus verdaderos sentimientos (sin importar lo que otros pensaran)
- De no haber mantenido el contacto con sus amigos (que es una de las mayores riquezas de la vida)
- Y de no haber sido más felices (complicándose la vida por cosas que no valían la pena)
Si lo miramos con atención, veremos que en el fondo de cada arrepentimiento está el mismo, el arrepentimiento de no haber hecho algo.
La autora hace una fantástica reflexión ante la evidencia de que los moribundos no tuvieran presente las cosas que hicieron y de las cuales se lamentaban, sino que fundamentalmente se arrepentían de aquello que no hicieron.
Tener el valor de atreverse
Eso me reafirma en mi cuestionamiento. ¿Hacer o no hacer?, ese es realmente el dilema. La respuesta a esta pregunta, en cada momento, es la que marca el rumbo de toda nuestra vida. Atrevernos a actuar es lo que hace la diferencia.
Y estoy convencida de que esto es aplicable a todo. Desde tirarse en paracaídas a pesar del miedo y el peligro aparente, hasta dejar de lado lo que se supone que debemos ser y empezar a ser quienes realmente queremos ser.
El miedo nos inmoviliza. Es como si el miedo nos atenazara al suelo mientras vemos pasar el tren que tanto deseamos tomar, no nos deja movernos y entonces lo perdemos. Ese tren no volverá a pasar nunca, podría habernos llevado a la felicidad, o quizá no, pero nunca lo sabremos.
No me refiero a hacer o no hacer algo en especial sino que más bien me refiero a TODO. Me explico. Vivimos la vida como si fuera a durar eternamente y en el camino postergamos decisiones, deseos y sueños a cambio de seguir siendo, o por lo menos, pareciendo “personas responsables”, de ser “quienes se supone debemos ser”.
Y conforme nos hacemos mayores parece que pesan sobre nosotros más prejuicios y entonces empezamos a pensar que “quizá antes, cuando fuimos más jóvenes”, nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que “ya es tarde para cambiar de vida o para empezar de nuevo”.
Nunca es tarde para ser felices
Recuérdalo: nunca es tarde mientras estemos vivos. Porque contrario a lo que el mundo nos quiera hacer creer, no hay nada que “debamos” ser, ni existe una única forma de vivir. La felicidad es una opción y hay que escogerla a cada instante y para ser felices tenemos que vivir como queremos vivir, con todo lo que eso implica.
Por tanto, decidámonos por Hacer en lugar de dejar pasar la vida. Tomemos riesgos, reinventémonos, sin importar quienes hemos sido hasta ahora, la edad que tengamos o lo que los demás (parejas, hijos, nietos, padres, hermanos, amigos) piensen de nosotros.
No esperemos a que llegue el momento en que mirando hacia atrás haya una lista de cosas que no hicimos a pesar de haberlas deseado ardientemente, cosas que hubieran cambiado nuestra vida y que pudieron hacernos mucho más felices.
0 comentarios