Llevo días reflexionando sobre este tema a raíz de varios artículos interesantes que han llegado a mis manos.
Seguro, que como yo, has escuchado mil veces decir que “las personas ancianas son como niños”. Hasta hace relativamente poco tiempo, era una afirmación que aceptaba sin demasiado cuestionamiento y daba por sentado que: «así es la vida… qué le vamos a hacer»
Sin embargo, ahora que voy haciéndome cada vez más mayor me pregunto si esa idea de ancianos/niños es válida y hasta qué punto no es más bien perjudicial que pensemos de esa manera. No me hace demasiada gracia eso de volver a la infancia… y a ti?
INDICE
Cuando demasiado cuidado hace daño
Estarás de acuerdo conmigo en que un niño pequeño necesita muchísimas atenciones. Los bebés son incapaces de valerse por si mismos y necesitan de los adultos que los rodean para poder sobrevivir.
Poco a poco esos bebés van cumpliendo años y van ganando en aprendizaje y capacidades, sin embargo siguen necesitando de los adultos para enfrentarse a los retos que les presenta la vida, ya que carecen de conocimientos y experiencia. Y por supuesto su sentido del deber y de la responsabilidad está empezando a formarse.
En el caso de los ancianos, tendemos a pensar que llegado un punto de su larga vida, empiezan el camino de vuelta y se van convirtiendo en esos mismos niños pequeños que necesitan de todo tipo de cuidados para sobrevivir. Así que como hijos, nietos o adultos responsables y amorosos, nos disponemos a darles toda la atención necesaria y a librarles de todo tipo de responsabilidades y decisiones. Y cuando digo TODO, me refiero a TODO.
Los ancianos se transforman y los que llegamos detrás, nos transformamos con ellos. Aceptamos como irrefutable la idea de que se han convertido en niños pequeños y los tratamos como tales.
Empezamos a hablarles con diminutivos cariñosos (en algunos casos hasta ridículos) y a dirigirnos a ellos como si su capacidad de comprensión fuera igual a la de un bebé. Y por supuesto asumimos la responsabilidad de hacer TODO por ellos, para que no tengan nada de qué preocuparse. En una palabra: los anulamos.
Nos convencemos de que no deben pensar, decidir, preocuparse ni mucho menos afrontar una responsabilidad (por mínima que sea) por el hecho de ser ancianos. Y creemos que protegerlos les estamos haciendo un gran bien.
Pero ¿es realmente un bien o los estamos condenando al deterioro físico y mental completo con mayor rapidez?
Pues si lo piensas fríamente te darás cuenta que esos cuidados excesivos pueden ser perjudiciales para las personas ancianas, siempre que se trate de personas que se mantengan en pleno uso de sus facultades mentales, aunque no tanto físicas.
Es posible que un anciano sea físicamente más frágil o menos resistente, que esté algo enfermo, pero eso significa realmente que haya perdido totalmente sus capacidades?
La importancia de responsabilizarse de uno mismo
En realidad se trata de pararte un momento y pensarlo detenidamente: Si una persona deja de tener algo de lo que encargarse, si no hay algo que mantenga su mente y su tiempo ocupados, entonces empieza un inevitable camino de decadencia.
He intentado ponerme en los zapatos de una persona de 80 años o más y he imaginado mi día a día disponiendo de un cuidado completo al 100%. Nada que hacer, ninguna razón para levantarme por las mañanas, ninguna cosa de la que acordarme (ya hay quienes recuerdan por mí) ninguna decisión que tomar (ya hay quienes deciden por mí), ni siquiera tendría que preguntarme qué me apetece comer… nada de nada… y la idea me ha dado pánico!
Entonces me he dado cuenta que cuanto antes hagamos que nuestros ancianos pierdan todo grado de responsabilidades y ocupaciones, antes perderán su vida. Y más aún, me he dado cuenta de que por nada del mundo, mientras conserve mi mente funcionando, quiero perder el control y la responsabilidad sobre mí misma.
Lo mejor que podemos hacer por nuestros mayores es ayudarles a conservar la mayor cantidad de parcelas de su vida bajo su control. Ayudar en lo estrictamente necesario pero sin inutilizarlos. Porque hacerse anciano no significa volver a ser niño, por mucho que sea una idea repetida hasta el cansancio.
Mira a tu alrededor y verás un gran número de personas trabajando, creando y manteníendose activas a pesar de haber superado los 80 e incluso los 90 años. Clint Eastwood, Mario Vargas Llosa, Betty White, Giorgio Armani, Sophia Loren o Morgan Freeman, son sólo una pequeña lista de personajes famosos que a pesar de sus muchos años siguen trabajando y en pleno control de su vida.
Te imaginas a alguien diciéndole a Clint Eastwood: “no te preocupes papito, yo te traigo tu sopita y te abrigo con esta mantita, no tienes que hacer nada… tranquilo… yo me encargo, tú sólo quédate aquí sentadito que ya estas mayor para preocuparte…” No puedo ni imaginar su reacción pero estoy segura de que no le haría ninguna gracia 😉
Pero no se trata sólo de artistas famosos, en el mundo existen millones de personas que a esas edades siguen intensamente vivas, aunque no las conozcas.
Prepararte para tu propia vejez
Estoy convencida de que parte del proceso de envejecer es precisamente prepararse para los años futuros. Aceptar la edad con sus achaques es una cosa, pero dar por sentado el hecho de que la vejez significa la total anulación es otra muy distinta.
Incluso si llega un momento en que físicamente necesites ayuda, eso no significa que debas convertirte en una persona completamente dependiente. Siempre que tu mente pueda seguir pensando, debes hacer lo posible por mantener no sólo el control de tu vida sino la fuerza para encontrar motivaciones (grandes o pequeñas) que te den ilusión y te sirvan de estímulo para vivir hasta el final.
Mientras puedas evitarlo, no dejes que te reduzcan a la categoría de “niño otra vez”, porque toda tu experiencia vital no puede ser en vano. No importa la edad que hayamos cumplido, seguro que tenemos mucho que aportar a los que vienen detrás.
Recuerda…
Los años vividos son tu patrimonio personal, no permitas que nadie te anule sólo por el hecho de hacerte “demasiado mayor”.
0 comentarios